Las crisis, las ofensas y los problemas nos llevan al divorcio |
“Imagino que, como me ocurre
a mi, le pasa a todos los matrimonios. Tenemos problemas como pareja; el asunto
es que, cada vez que hay una diferencia, termina convirtiéndose en una
situación complicada y mi esposa saca en cara todos mis errores. Reconozco que
la he ofendido, pero sin duda, no habría lugar para que el asunto se volviera
tan complicado, que no se pudiera resolver fácilmente. ¿Cómo podría resolver
esos conflictos que nos surgen?, y más: ¿Cómo enfrentar el dolor que causé a mi
cónyuge?”
S.Y.T., desde Managua,
Nicaragua
Respuesta:
Cuando emprendemos el noviazgo, no se ve sino lo bueno
de cada uno de los componentes de la pareja. De hecho, todo nos parece
maravilloso en la otra persona. Lo complejo se produce cuando pasa el tiempo y
comprobamos que sí hay fallas, conductuales o de palabras, que terminan
generando heridas. Y esas heridas emocionales van agigantándose conforme pasa
el tiempo y llevan al resquebrajamiento de la unión.
Uno de los problemas más frecuentes en la relación de
pareja son las ofensas mutuas, que terminan por resquebrajan y posteriormente
desmoronar la relación matrimonial. Los especialistas coinciden en asegurar que
producen—a la postre—el distanciamiento y divorcio emocional, previo a la
separación.
Nuestro propósito permanente debe ser identificar
dónde hay fallas en la relación conyugal, y disponer el corazón para el perdón.
Al respecto cabe citar al autor, Gary Rosberg, cuando escribe: “Lo que queremos lograr, como matrimonios y
como pareja, es lograr el compromiso de tratar el dolor y el enojo, de resolver
los conflictos, de perdonar al ofensor y de renovar la relación. La meta es
llevar la relación a un nivel de sanidad, de apertura, de unidad que te ayude a
ser aceptado y conectarte de nuevo en la relación.”(Gary y Barbara Rosberg.
“Matrimonios a prueba de divorcio”. Editorial Unilit. EE.UU. 2002. Pg. 80)
Como familia nos integramos para crecer juntos, vivir
momentos gratificantes, enfrentar dificultades y salir airosos con ayuda de
Dios. ¿Qué ocurre cuando hay dificultades? Primero, comprender que son apenas
previsibles en la pareja, pero en segundo lugar, orar a Dios que no se
contamine nuestro corazón con resentimiento y rencor (Cf. Proverbios 4:23),
producto de las ofensas que a veces recibimos o generamos, en algunos casos de
manera inconsciente.
Pues bien, como matrimonio contribuimos a satisfacer
las necesidades espirituales, emocionales y físicas del otro, prodigar respeto
y honra como lo pedimos también, aprender a convivir en pareja (Cf. Romanos
12:10, 18), y tener la suficiente madurez para reconocer que es necesario dar
de nuestra parte para que la relación sea sólida.
De la ofensa al dolor
Cuando decimos algo inapropiado a nuestra pareja, le
ofendemos. Pueden ser palabras o gestos los que terminan causando dolor. Estos
incidentes terminan sembrando tristeza, desaliento y en ocasiones,
distanciamiento en clara contravía de nuestro mayor compromiso: desarrollar la
relación matrimonial y sentar las bases para su sostenibilidad en el tiempo.
Los matrimonios hoy día se ven amenazados por los
vientos de divorcio. ¿Qué si provenimos de un hogar disfuncional donde hubo
separación? Nos corresponde romper esa cadena y evitar que ese ciclo
destructivo se repita en nuestra relación de pareja.
Recuerde los tres pasos del conflicto:
a.
Ofensa (Motivo)
b.
Dolor (Reacción)
c.
Enojo (Consecuencia)
El enojo es el nivel más alto, pero Dios nos enseña
que debemos aprender a manejarlo y no incurrir en pecado (Efesios 4:26) Tenemos
la opción de seguir guardando el enojo y no decir nada, hasta que
inevitablemente estallamos, o disponernos con ayuda del Señor, a perdonar la
ofensa.
La forma como percibimos las ofensas varía en cada uno
y depende, fundamentalmente, de la crianza, valores, enseñanzas que hemos
recibido e incluso, la forma como nuestros padres reaccionaban ante la ofensa,
lo que a su vez nos marca.
Disponiéndonos
para el perdón
Cuando tenemos dificultades como pareja, generalmente
creemos que somos quienes más vulneración y ofensas han sufrido. Se trata, por
supuesto, de una percepción muy subjetiva. La realidad es que no importa
cuantas veces ha sido ofensor o víctima, lo importante es reconocer que también
hemos ofendido y lastimado a nuestro cónyuge y necesitamos pedir perdón y
perdonar con humildad y mansedumbre.
Es necesario que resolvamos los problemas que han generado dolor a la pareja |
La autora, Dora Tobar, en su blog define el perdón no
como abrir espacios para que nos sigan atropellando emocionalmente, sino para
resolver los conflictos que minan la relación de pareja: “Perdonar no es aceptar lo inaceptable ni justificar males
como maltratos, abusos, faltas de solidaridad o infidelidades. Tampoco es hacer
de cuanta que no ha pasado nada. Eso sería forzarnos o ignorar la
realidad y a acumular resentimientos. Igualmente, perdonar no es
tratar de olvidar lo que me han hecho, pues siempre es bueno aprender de
lo vivido. Perdonar es sobre todo liberarse de los
sentimientos negativos y destructivos, tales como el rencor, la rabia, la
indignación, que un mal padecido nos despertó y optar por entender que está en
mis manos agregarle sufrimiento al daño recibido o poner el problema donde está:
en la limitación que tuvo mi cónyuge de amar mejor, en una determinada
circunstancia.”. El asunto es claro: Perdonar es ante todo, liberarnos de
una pesada carga.
¿Qué si las ofensas han sido graves? Por supuesto no
lograremos que la sanidad interior se produzca el mismo día. Recuerde que quien
debe intervenir para sanar las heridas es nuestro Señor Jesús, quien toma
nuestras cargas y nos libera de todo peso de rencor o resentimiento (Mateo
11:28, 29; Isaías 53:4).
El primer paso, entonces, es que Dios ministre sanidad
en nuestro mundo interior. Esto lo hacemos en oración, en intimidad con Él. Un
segundo paso es disponer el corazón. Abrirnos a la posibilidad de perdonar y
mostrar esa actitud perdonadora al cónyuge.
Cuando Dios haya abierto las puertas, en una tercera
fase, está el confrontar—sin ánimo de polemizar o abrir nuevas heridas—en dónde
estamos fallando mutuamente. Es un proceso en el que nos ayuda Dios. El circulo
se cierra con la restitución que debemos hacer por las ofensas, y que parte de
un compromiso decidido—delante del Señor—de no incurrir en los mismos errores
otra vez. ¡Dios desea ayudarnos en todas las etapas!
Debemos
perdonar al cónyuge
Perdonar no es fácil pero sí muy necesario: Perdonar
al cónyuge cuando nos ha causado daño. ¿Por qué se torna difícil? Por las
heridas emocionales que desencadenan las faltas de respeto graves, juicios
injustos, violencia verbal o física, maltrato, traición, engaños y cosas por el
estilo, son frecuentes en muchos matrimonios y son a la vez muy difíciles de
perdonar.
Es posible que su pareja no haya medido el alcance de
la ofensa o quizá se le dificulta pedir perdón. Puede ver el asunto como alto
previsible o normal. Ese comportamiento inconsciente genera aún más
resentimiento en la víctima.
La verdad es que la gran mayoría de matrimonios sin
distingo del nivel espiritual somos susceptibles a conflictos y heridas
emocionales que afectan sus relaciones.
Una persona víctima de violencia doméstica agresiva, debe buscar ayuda
de inmediato con un familiar o una amistad cercana y llamar a las autoridades
respectivas.
No debe permitir que pase más de una vez, porque si lo
hace, el agresor interpreta que usted nunca le acusará y se sentirá alentado a
continuar el abuso.
Si usted ha sido víctima de heridas no violentas, pero
muy dolorosas emocionalmente, debe aprender a perdonar y liberarse de los
pensamientos negativos que pueden provocar los rencores no resueltos. Estamos
llamados a perdonar, y algo más: bendecir a nuestra pareja. Recuerde lo que
enseña el apóstol Pedro: “No devolváis
mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo,
sabiendo que fuisteis llamados a heredar bendición” (1 Pedro 3:9)
La naturaleza de Dios es el amor, la misericordia y el
perdón, como enseña el apóstol Juan: “Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y
limpiarnos de toda maldad.”(1 Juan 1:9)
Si Dios perdona nuestros errores – y valga decir que
cometemos muchos cada día--, y de paso ofrecernos una nueva oportunidad, igual
debemos hacerlo nosotros. También esto es lo que aprendemos de las enseñanzas
del apóstol Pablo: “Antes sed bondadosos unos con otros,
misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a
vosotros en Cristo”.(Efesios 4:32).
Recuerdo el caso de una joven mujer que, pese a los ruegos de su
marido, se negó a perdonarlo. Es más, llegó el momento en el que literalmente
le echaba de casa. La situación se tornó insostenible hasta que él decidió
marcharse. Luego era ella quien estaba buscando restablecer la relación, la que
dicho sea de paso, se resquebrajó totalmente. El orgullo no es buen consejero,
ni ahora ni nunca. Además, no aprendimos de Dios sobre el rencor sino sobre el
amor y el perdón.
Al respecto cabe recordar lo que enseña el autor y conferencista,
Gary Rosberg: “Es trágico que la
mayoría de las parejas no tienen idea de cómo tratar las ofensas y de
cómo recuperar la salud en las relaciones en su matrimonio. ¿Por qué? Porque
pocos han aprendido a manejar las desilusiones. Entonces, en lugar de sanar la
herida, permiten que sus corazones se endurezcan y, los problemas y
frustraciones, quedan sin resolver.”(Gary y Barbara Rosberg. “Matrimonios a
prueba de divorcio”. Editorial Unilit. EE.UU. 2002. Pg. 80)
No podemos olvidar jamás que nuestro matrimonio es muy
valioso, por encima delas dificultades que haya. Dios creó la familia, ama la familia,
cuida de la familia y—sin
duda—nos ayuda a
resolver los problemas que surjan al interior del hogar.
No deje pasar este día sin que le abra las puertas de
su corazón a Jesucristo. Le aseguro que no se arrepentirá. Si tiene alguna
inquietud, escríbanos a webestudiosbiblicos@gmail.com
o llámenos al (0057)317-4913705
© Fernando Alexis Jiménez
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